De niño sacaba el acordeón de su tío escondidas y miraba a los ancianos del pueblo mover los dedos por entre sus teclas. Hoy, Alejandro González le enseña a sus nietos las canciones que ha creado y tocado a lo largo de su vida, mientras sigue dando forma, con las piedras del desierto de Atacama, a llamas, burros y personas en miniatura.